Mariano Taborda y Emilio Teno comparten la cuarta clase de su taller. En esta ocasión, parten de textos de Liliana Heker, Ricardo Piglia y Franz Kafka para analizar la figura del narrador en "tercera con" o "tercera kafkiana". Como siempre, proponen un ejercicio de escritura al final.
Por Emilio Teno y Mariano Taborda
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Hay un cuento extraordinario de Liliana Heker, “La fiesta ajena”. La hija de la sirvienta es invitada al cumpleaños de la hija de la patrona. La madre de Rosaura le dice que no se ilusione, que no es su amiga, que para todos ellos no es más que la hija de la sirvienta; Rosaura se enoja, cree que la madre es envidiosa, ella también quiere ser rica, vivir como una princesa, entre lujos y cosas bellas. Se narra el cumpleaños: la patrona pide ayuda a Rosaura para servir la mesa, distribuir las porciones de torta; Rosaura se siente importante, poderosa, nadie de los invitados tendría la fuerza para llevar la bandeja con el jugo, además cuenta con el privilegio de elegir en qué orden distribuye la torta. Llega el fin de la fiesta, la sirvienta pasa a buscar a su hija, están en la puerta de la casa, la patrona distribuye los suvenires a los invitados: una pulsera para las nenas y un yo-yo para los nenes. La tensión máxima de desarrolla en el final del texto:
“Después se acercó a donde estaban ella y su madre. Tenía una sonrisa muy grande y eso le gustó a Rosaura. La señora Inés la miró, después miró a la madre, y dijo algo que a Rosaura la llenó de orgullo. Dijo:
—Qué hija que se mandó, Herminia.
Por un momento, Rosaura pensó que a ella le iba a hacer los dos regalos: la pulsera y el yo-yo. Cuando la señora Inés inició el ademán de buscar algo, ella también inició el movimiento de adelantar el brazo. Pero no llegó a completar ese movimiento. Porque la señora Inés no buscó nada en la bolsa celeste, ni buscó nada en la bolsa rosa. Buscó algo en su cartera.
En su mano aparecieron dos billetes.
—Esto te lo ganaste en buena ley —dijo, extendiendo la mano—. Gracias por todo, querida.
Ahora Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la mano de su madre se apoyaba sobre su hombro. Instintivamente se apretó contra el cuerpo de su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la cara de la señora Inés.
La señora Inés, inmóvil, seguía con la mano extendida. Como si no se animara a retirarla. Como si la perturbación más leve pudiera desbaratar este delicado equilibrio”.
Toda la tensión del final se logra porque el narrador desconoce que la señora Inés va a pagarle a Rosaura por su trabajo. El narrador solo sabe lo que piensa Rosaura, ilusionada por recibir un suvenir, por ser una invitada más; el narrador nunca juzga los pensamientos del personaje. Es una gran decisión de Heker, el narrador mira el mundo como Rosaura, se ilusiona del mismo modo pero no tiene las limitaciones del trabajo con el lenguaje propias de una niña. A ese narrador que tiene la interioridad de uno solo de los personajes le llamamos tercera con o tercera kafkiana: es el narrador de las novelas de Kafka, tan cercano al personaje que parece una primera persona. Es un narrador muy utilizado porque ofrece gran versatilidad: acceso al pensamiento y al sentimiento del personaje y a la vez cierta distancia para contar.
Ricardo Piglia publicó su primer libro de cuentos en 1967, era muy joven, y los textos tenían una madurez poco usual en un narrador veinteañero. El cuento “Desagravio” transcurre el día de los bombardeos a la Plaza de Mayo, en 1955, hay una ficción en ese contexto: un hombre quiere reconciliarse con su ex, ella lo dejó hace un tiempo, él camina por la plaza mientras comienza la concentración convocada por Perón, a Fabricio no le interesa lo que pasa alrededor, solo piensa en reencontrarse con Elisa, aceptar sus disculpas.
Ricardo Piglia.
“Lo que más extrañaba era el sonido del violín de Elisa. Formaba parte de su vida en común. Ella se levantaba temprano y antes de ir al conservatorio practicaba sus lecciones. La música llegaba como una bendición desde el fondo de la casa. Ahora, cuando Fabricio abría el negocio de óptica que había heredado de su padre, el silencio le parecía tan desolado y vacío como su propia vida. (…) Tenía que llegar al Bajo, a Paseo Colón. Elisa salía del conservatorio todos los días a la misma hora y se sentaba en el barcito de la Recova a tomar un café con leche. La había vigilado semanas enteras. La conocía bien. ¿La conocía bien? Lo había dejado, de un día para otro, sin explicarle la razón, sin pedirle nada. Le dijo que había decidido vivir cada día de su vida como si fuera el último. Qué quería decir eso, Fabricio no lo entendía. Sólo entendía que había chocado contra una plancha de metal desde la tarde en la que volvió a su casa y encontró a su mujer vestida para salir. Ya tenía la valija preparada. Los celos lo estaban volviendo loco. La veía con otros hombres, oía voces, estaba alucinado. El esfuerzo de apartar a esa mujer de su mente lo había reducido a un estado mental imposible de describir”.
El lector no sabe lo que piensa Elisa, dónde está, cómo viste, si ese día fue a trabajar, si aún piensa en él, si aún lo quiere; Fabricio tampoco lo sabe, imagina la reconciliación, sospecha que ella está en el café, espera de ella un desagravio; el narrador al estar con Fabricio tampoco tiene la óptica de Elisa, ella solo aparecerá cuando se encuentre con Fabricio, en la Plaza de Mayo, con las primeras bombas que caen como una lluvia desde el cielo. El efecto se logra en ese final gracias a la falta de información: personaje, narrador y lector descubren juntos; un narrador omnisciente no podría generar ese efecto. La gran decisión de Piglia es construir un narrador muy cercano a Fabricio pero a la vez con la distancia suficiente para narrar con soltura y precisión; el personaje está alterado, en un “estado mental imposible de describir”, mejor entonces que un narrador no alterado pero sí cercano, se haga cargo de la narración.
El punto de vista determina, en gran medida, las posibilidades de un texto. A priori ningún narrador es mejor o más eficaz que otro, pero en “La fiesta ajena” y “Desagravio” ningún otro posicionamiento podría generar ese efecto que se da gracias a la alianza entre personaje, narrador y lector: los tres descubren en las últimas líneas de los textos.
Lecturas:
“La fiesta ajena” de Liliana Heker
“Desagravio” de Ricardo Piglia
“El proceso” de Franz Kafka
Ejercicio de escritura:
Escribir un texto con al menos tres personajes y que el narrador tenga acceso a la interioridad de uno solo de los personajes.